Se trata de una experiencia gastronómica que va mucho más allá de simplemente degustar un producto. Se trata de un proceso en el que se utilizan todos los sentidos para apreciar las características únicas de uno de los tesoros más preciados de la gastronomía española. Elaborado a partir de cerdos ibéricos alimentados principalmente con bellotas en la dehesa, destaca por su textura suave y jugosa, su inconfundible aroma a frutos secos y su sabor intenso y equilibrado, resultado de una curación prolongada. Este tipo de evaluación es ideal tanto para aficionados como para expertos, ya que permite descubrir matices que pueden pasar desapercibidos en una simple comida, y a su vez, profundizar en la complejidad y diversidad de sabores que ofrece.
Una de las claves para realizarla es contar con un buen producto, y muchos de los participantes optan por adquirirlo en una tienda de ibéricos especializada, donde la calidad y autenticidad están garantizadas. En estas tiendas, los expertos pueden asesorar sobre las mejores piezas, ya que factores como la raza del cerdo, su alimentación y el proceso de curación influyen directamente en el sabor final. Elegir un jamón ibérico de bellota, por ejemplo, asegura una mayor riqueza de aromas y sabores, dado que estos cerdos han sido alimentados con bellotas, lo que influye en la calidad de su grasa y, por tanto, en el producto final.
Los pasos de una cata sensorial
Para llevar a cabo, es necesario seguir una serie de pasos que permitan apreciar cada uno de los elementos que la componen. El primer sentido que se pone a prueba es la vista. Aquí se debe observar el color, que varía entre tonos rojos intensos y rosados, dependiendo del tipo y de su curación. Además, las vetas de grasa infiltrada son un indicativo de la calidad del producto, siendo las más finas y abundantes un reflejo de una pieza de excelente calidad.
El segundo paso es el olfato. Un buen producto desprende aromas que recuerdan a frutos secos, hierbas aromáticas y, en algunos casos, incluso a la tierra de la dehesa donde se crían los cerdos. La intensidad y complejidad de los aromas puede variar según el tiempo de curación, siendo más intensos en los de larga maduración. Es recomendable dejar que respire antes de la degustación, para que libere todos sus aromas de manera plena.
El tacto también juega un papel importante. Al tocar la pieza, se debe sentir una textura suave y ligeramente oleosa, característica de la grasa infiltrada, que es lo que le da esa sensación de jugosidad al paladar. Uno bien cortado debe deshacerse en la boca sin ofrecer resistencia.
Por último, el sentido más esperado: el gusto. Al probar, se activan diferentes papilas gustativas, que permiten apreciar los sabores salados, dulces y umami que se combinan de forma armoniosa. Es importante degustarlo lentamente, permitiendo que cada bocado libere sus aceites y deje un retrogusto persistente que invita a seguir disfrutando. La temperatura ideal para una degustación debe estar entre los 20 y 24 grados, ya que es en este rango donde expresa todo su potencial.
En De Pata Negra Canarias, comentan: “Nuestros expertos cortadores te guiarán a través de una experiencia sensorial única, donde aprenderás a apreciar las sutilezas de cada variedad de jamón.”
La importancia del maridaje
El maridaje también es un factor esencial. Tradicionalmente, se acompaña de vinos tintos o jereces secos, que potencian los sabores y aromas del producto. Sin embargo, cada vez es más común experimentar con otros tipos de bebidas, como cervezas artesanales o incluso vinos blancos jóvenes, que aportan frescura y un interesante contraste al paladar. La elección de la bebida dependerá de los gustos personales, pero siempre es recomendable buscar un equilibrio que no enmascare los sabores.
La cata sensorial de jamón ibérico no es solo un ejercicio técnico, sino también un ritual de apreciación de la tradición gastronómica española. Cada loncha cuenta una historia que comienza en las dehesas, continúa con el proceso de curación en las bodegas y culmina en el plato, lista para ser disfrutada. Es un proceso que requiere tiempo y paciencia, tanto en su elaboración como en su degustación, lo que convierte a este ritual en una forma de honrar uno de los productos más valorados del país. La dedicación y cuidado en la producción, sumados a la atención que se le presta en cada degustación, aseguran que esta tradición continúe siendo un símbolo de calidad y excelencia en la gastronomía española.