Los Angeles, 22 ago (dpa) – El cineasta alemán Werner Herzog ama las personalidades fuertes y los mundos extremos, que tan bien suele retratarlos en sus obras.
Herzog ha escrito ahora un libro, «Das Dämmern der Welt» (El crepúsculo del mundo), en el que este trotamundos se siente atraído por un marginado excepcional, un soldado japonés que se mantiene escondido durante casi treinta años en la selva de la isla filipina de Lubang.
Hasta 1974, Hiroo Onoda no supo que Japón se había rendido ante Estados Unidos y que la Segunda Guerra Mundial había terminada hace mucho tiempo ya.
No es la primera vez que Herzog se dedica a escribir. Llevó un diario sobre el aventurero rodaje de «Fitzcarraldo» (1982) en la región del Amazonas y más tarde volcó las penurias de esa filmación en la novela «Eroberung des Nutzlosen» (Conquista de lo inútil, 2004).
Ya mucho antes había volcado al papel en «Vom Gehen im Eis» (Del caminar sobre hielo, 1978) la marcha extrema a pie que realizó en el invierno de 1974 desde Múnich hasta París.
Sí, Herzog ama los extremos. El documental «In den Tiefen des Infernos» (Hacia el infierno, 2016) llevó al realizador alemán al borde de los volcanes, mientras que el documental «Encounters at the End of the World» (Encuentros en el fin del mundo, 2007), a la Antártida.
Filmó el thriller ecologista «Salt and Fire» (Desierto de fuego, 2017) en el altiplano boliviano. Puso a Nicole Kidman frente a la cámara para interpretar a la viajera británica Gertrude Bell en «Queen of Desert» (La reina del desierto, 2015).
Con Klaus Kinski, el excéntrico protagonista de películas que filmaron juntos como «Aguirre, der Zorn Gottes» (Aguirre, la ira de Dios, 1972) y «Fitzcarraldo» (1982), rodó en las condiciones más difíciles y peligrosas de la selva sudamericana.
En su última obra, «Das Dämmern der Welt», el oficial de inteligencia Onoda libra escondido en la selva una especie de guerra de guerrillas privada.
Desconfía de los volantes que anuncian el final de la guerra. Solo cuando es localizado en 1974 y su antiguo superior japonés le ordena la capitulación, se rinde. En ese momento, Onoda sigue llevando su uniforme, su espada y su rifle, incluida la munición.
Este es un material fascinante tanto para Herzog como para los lectores. Más aún cuando el realizador de cine se reunió en 1997 personalmente con Onoda en Japón.
«Onoda y yo conectamos inmediatamente, pudimos acercarnos a lo largo de varias conversaciones porque yo he trabajado en la selva bajo condiciones difíciles y podía hablar con él de cosas y hacerle preguntas que nadie más le hacía», escribió Herzog en el libro.
«Das Dämmern der Welt» sobre el soldado de la selva, que en 2014 murió a los 91 años, no es un libro de no ficción.
Herzog, a quien también le gusta mezclar en sus películas ficción y realidad, bucea en los extremos del alma humana y la locura de las guerras a través de la lucha por la supervivencia de Onoda contra la naturaleza y sus propios demonios.
La editorial alemana Hanser, que publica el libro este 23 de agosto, describe la obra como una «brillante y conmovedora danza pictórica del sentido y el sinsentido de nuestra existencia».
«Muchos detalles son correctos, otros no. Lo que le importaba al autor es otra cosa, algo esencial, como creyó reconocer en su encuentro con el protagonista de esta narración», señala la introducción del libro.
En 128 páginas, Herzog resume la esencia de las décadas de Onoda en la jungla. Sus propias experiencias en la selva pueden haber ayudado para describir tan vívidamente la podredumbre y la humedad que descompone todo.
Por ejemplo, cómo el telescopio del soldado se va nublando por culpa de los hongos que lo invaden, cómo su uniforme se deteriora más y más mientras él se mantiene aferrado a su deber de defender la isla de un enemigo imaginario.
El lector no llega a reconocer qué fue lo que Onoda le contó realmente al autor y qué ha imaginado el propio Herzog. Pero es evidente que este intransigente artista de la supervivencia fascina al cineasta.
Herzog escribe que Onoda le tradujo una canción que el soldado había cantado una y otra vez durante sus años en Lubang para animarse: «Puedo parecer un vagabundo o un mendigo. Pero luna silenciosa, eres testigo del esplendor de mi alma».
Por Barbara Munker (dpa)