(dpa) – El mundo habla de Bielorrusia y el proceder de su presidente, Alexander Lukashenko, frente a la oposición. Pero también es posible encontrar otras historias en el país. Como por ejemplo la de un hombre que parece directamente caído del tiempo.
En el verano, la jornada laboral de Viktor Kirisiuk comienza cuando la mayoría ya se encuentra descansando hace rato: durante la noche. Su oficio, en realidad, se volvió innecesario hace mucho tiempo, con la llegada de la electricidad.
Este hombre de 64 años trabaja hace más de diez años como farolero en la ciudad de Brest, en el occidente del país. Sus horarios de trabajo se orientan por la puesta del sol.
En invierno, el hombre espigado se dirige al centro de la ciudad después del café vespertino, y en verano, después de la cena. Multitudes de turistas lo acompañan en su trabajo.
Actualmente, 17 faroles callejeros de Brest, en la frontera con Polonia, no son activados sencillamente apretando un botón. Viktor Kirisiuk se encarga de encender la parafina con un mechero.
Para cumplir con esa tarea, se trepa con su histórico uniforme a una escalera, abre la lámpara, y enseguida parpadea una pequeña llama. En líneas generales, Kirisiuk podría resolver su trabajo con rapidez, si durante esta noche veraniega no se viera rodeado por 30 curiosos. El sector del turismo celebra su actividad.
Una y otra vez se queda parado y posa para las fotos. El farolero sonríe, amable, y responde con paciencia las numerosas preguntas que le formulan. Kirisiuk se ve rodeado por la gente como una estrella.
Se dice que quien toque los botones de su uniforme azul oscuro, tendrá suerte. Las personas en la calle afirman que entonces se cumplirá un deseo.
Durante esta noche, son muchos los que murmuran en voz baja sus deseos. A causa de las embestidas que recibe, el farolero reforzó los botones de su uniforme con alambre para que no se desprendan.
«Antes de la pandemia de coronavirus, venían especialmente a Brest muchas personas incluso de Australia, Japón, Sri Lanka, Francia, Inglaterra y todas las ex repúblicas soviéticas», afirma a dpa el hombre que se capacitó como electricista.
«Incluso es más fácil decir quién no vino acá que al revés», sostiene. Hace 100 años, indica, todavía daba vueltas por la ciudad el último farolero. Y Kirisiuk recuerda que para el 1.000 aniversario de Brest, en 2009, se revivió esa tradición.
Nadie habla en forma visible de política esta noche en la calle. No se menciona el proceder en parte violento de Lukashenko contra las masivas protestas tras la elección presidencial considerada ampliamente fraudulenta hace un año en Bielorrusia.
Ni tampoco se abordan las sanciones de la UE contra el aparato autoritario del Estado. Sin embargo, las personas se ven atravesadas por esas cuestiones. «¿Qué piensa Alemania de Bielorrusia?», pregunta Kirisiuk, sin dar a conocer sus propias opiniones sobre la situación política.
En febrero, los medios de comunicación locales se hicieron eco de la noticia de que el hombre había faltado a su puesto de trabajo por primera vez en diez años.
El farolero viajó a Minsk para la Asamblea Popular de toda Bielorrusia convocada por Lukashenko, con representantes designados a dedo y leales al hombre fuerte del país.
Sin embargo, este electricista de 64 años se mostró satisfecho al respecto, según manifestó en una entrevista: «No soy un político. ¡Soy un farolero! No estoy dispuesto a tomar ninguna decisión política».
Kirisiuk se convirtió entretanto en un personaje famoso mucho más allá de las fronteras de Brest y es mencionado incluso en guías de viaje.
El trabajo lo consiguió luego de imponerse en un proceso de selección. Sin embargo, ya no recuerda por qué fue él el elegido para ese puesto. «Probablemente, porque tengo el aspecto de un farolero, tal cual se describe en el archivo», afirma.
«No por nada la gente a veces se me acerca y me dice: ‘te ves como de cuento o del siglo XIX'».
Por Christian Thiele (dpa)