(dpa) – Heike Schnerring tiene un ritual especial cuando sale a hacer senderismo. Según dice, en su mochila siempre lleva una tijera de jardín. ¿En la isla de Elba? «Ya verás por qué».
Schnerring, de 59 años, conoce Elba mejor que muchos de los que viven allí hace más tiempo. Esta alemana lleva 30 años residiendo en la isla y en primavera y otoño guía todos los días guía a visitantes por su hermoso paisaje.
Durante tres días, recorre toda la isla, pasando por las crestas y picos de montaña más altos. El gran cruce de Elba, abreviado GTE (Grande Traversata Elbana), es uno de esos recorridos que pocos viajeros conocen. Y eso que ya existe desde hace 40 años.
Los carteles indican que la distancia de la ruta sur de Cavo a Pomonte es de 51 kilómetros. La ruta norte a Patresi, de 59 kilómetros. En ambas opciones hay que subir y bajar más de 2.000 metros. Pero el comienzo es tranquilo.
El esplendor desmoronado de los barones de la minería
En el balneario de Cavo se recorre la playa y luego el camino sigue entre mansiones medio olvidadas. En los jardines crecen cactus y yucas. Se pasa junto a encinas y brezos, plantas de laurel y aromáticos lentiscos.
En medio del bosque mediterráneo, los barones locales de la minería establecieron su monumento. La torre ya se puede ver en el viaje en ferry. A principios del siglo XX, los Tonietti, muy ricos debido a su licencia para extraer minerales, hicieron levantar un mausoleo.
«Pero finalmente la familia nunca recibió permiso para sepultar a sus muertos aquí», dice Schnerring. La esplendorosa construcción se está desmoronando.
Elba fue durante mucho tiempo una zona minera. Ya hace más de 2.000 años los etruscos sacaban mineral de hierro de la tierra.
El GTE atraviesa la maquia, el típico bosque bajo mediterráneo de enebro y romero, arrayanes y jaras. Pronto, la maquia deja lugar a un bosque más espeso. Las construcciones de piedra, que en su momento abancalaban los viñedos, se están deshaciendo.
«Todo esto fue trabajo manual», dice Schnerring. «Algo así se hace solo si no se tiene alternativa». Con la llegada del turismo, muchos vinicultores abandonaron esa actividad.
Vista a espectaculares bahías
La vista se vuelve realmente espectacular por primera vez en el camino que lleva al Monte Strega, el monte embrujado. «Le hace honor a su nombre», dice Schnerring.
De ser posible, la guía evita realizar con sus clientes el empinado ascenso. Arriba suele haber viento. Pero hoy el sendero es un sueño. Por encima de las colinas verdes se ven a la derecha unas bahías de color turquesa y las colonias de casas de vacaciones de Nisporto y Nisportuno, y a la izquierda el pueblo minero de Rio nell’Elba.
En este constante subir y bajar, se pasa por el Monte Campanello y la Cima del Monte, ambos coronados por pintorescos postes de telefonía. Pero la vista sobrevuela de todas maneras la isla verde que se extiende alrededor.
Como si la bahía de Portoferraio y las montañas de granito detrás no fueran lo suficientemente bellas, delante de ellas están las ruinas del castillo de Volterraio.
Un festín de quesos y el lujo del silencio
Unos cuantos metros lleva el descenso de día a uno de los pueblos. Y es que en el GTE no hay cabañas ni refugios en la montaña. La única opción al costado del camino es la granja caprina Terra e Cuore.
Eugenio Survillo tiene 80 cabras en uno de los antiguos vertederos sobre Porto Azzurro. De su leche, este hombre de 34 años y su esposa hacen helados y quesos. «Este silencio, esta vista, es un lujo para mí», dice Survillo, que antes vivía en Roma.
Quien pase la noche en la rústica tienda de campaña, le dará la razón. Desde la altura se ve el sol ponerse en el mar, luego las luces de los ferrys sobre el mar negro. Portoferraio centellea en la noche.
No todo el camino es tan bello. Desde Terra e Cuore se camina a la mañana siguiente sobre una pista de asfalto, por plantaciones de pino y una antigua calle militar. Cada tanto pasa una moto. De todas maneras, la naturaleza al costado del camino es exótica y suficientemente interesante. Se ven olivos y alcornoques.
Antes era habitual perderse en la segunda etapa de la GTE, en la maraña de senderos en el bosque. En el Monte Orello uno de los senderos terminaba en un acantilado.
La nueva ruta rodea la montaña. Y hacia el Valle del Literno se sigue un canalón en la roca, en vez de hacer serpentinas en amplios círculos. El camino directo es más empinado, pero mucho más emocionante.
Indicadores de camino con fecha de caducidad
En general, en el GTE es fácil orientarse, gracias a Michele Cervellino. El hombre de 44 años es guía de mountain bike y vicepresidente de la sección que el Club Alpino Italiano CAI tiene en Elba.
Junto con diez amigos pintó en los últimos años los nuevos indicadores del camino sobre rocas y troncos de árboles. «El granito en la parte occidental de la isla siempre se desmorona, algunos indicadores tienen que ser renovados después de tres años», dice.
Al menos los empleados del Parque Nacional mantienen limpios los senderos, cosa que antes no sucedía. Aunque en la parte inferior del Monte Perone no podaron la maquia durante un tiempo. Y los arbustos de zarzamora quedan enganchados en mangas y pantalones. Ahora es cuando es necesaria la tijera de jardín. Schnerring la utiliza para abrirse camino.
El ascenso por el sendero acolchado de agujas de pino es empinado. Ya de mañana se suda. Recién en el Santuario delle Farfalle corre una brisa fresca. Sobre todo en primavera, aquí vuelan muchas mariposas.
Il gran finale
Detrás del bosque ralo comienza el largo y glorioso final del GTE. Un sendero arenoso serpentea a través de las rocas. Por encima de los árboles, se ve la cima rocosa del Monte Capanne y Le Calanche.
Iguanas pasan veloces sobre el granito, zumban abejas. Sobre losas flojas y serpentinas a la sombra del bosque se sube una vez más hasta la bifurcación, donde se separan ambas rutas. A más tardar aquí, muchos optan por el camino sur hacia Pomonte.
El indicador del camino dice que demorarán tres horas y media. En la ruta norte hacia Patresi serían otras ocho horas.
La variante más corta es lo suficientemente larga. Desde el paso por debajo del Monte Capanne, donde familias bajan por el sendero asegurado con cables de acero, se ve un panorama majestuoso. La vista se posa sobre el desaguadero verde del valle de Pomonte y sobre todo sobre el mar centelleante y llega hasta la isla Pianosa.
Tras interminables serpentinas, una cerveza en un bar de Pomonte pone el punto final a la aventura. Después, solo queda darse un baño nocturno en el Mar Tirreno.
Por Florian Sanktjohanser (dpa)