(dpa) – «Ey, acabo de ver algo en tu cuarto…», «¿Quién es ese Matías con el que chateás tanto?». Para muchos padres, estas son preguntas muy normales, pero para muchos niños y adolescentes una intromisión apenas tolerable. Y tienen razón.
«Los niños necesitan tener su esfera privada porque es bueno que en algún momento puedan hacer sus propias cosas y soltar a los padres», afirma Ulric Ritzer-Sachs, pedagogo social en el asesoramiento online de la Conferencia Federal para Asesoramiento en Crianza de Alemania. Afirma que por eso, la esfera privada infantil figura incluso en el código del organismo.
Derechos y Convención de los Derechos del Niño
«Los niños son sujetos de derecho desde el principio y tienen por eso derechos fundamentales como, entre otras cosas, derecho a una esfera privada», dice Juliane Hilbricht, abogada especializada en derecho de familia y miembro del Colectivo Derecho de Familia en la Asociación de Abogados Alemanes.
Además, la Convención de los Derechos del Niño de Naciones Unidas protege en su artículo 16 de las intervenciones en la vida privada y las comunicaciones escritas.
Por otra parte, los padres también tienen derechos. «Básicamente, los niños tienen el derecho fundamental a desarrollar su personalidad, y los padres el derecho a educarlos. En caso de disputa, deben ser evaluados estos dos derechos al mismo tiempo», explica Linda Zaiane de la Institución Alemana de Beneficencia para Niños (DKHW, por sus siglas en alemán).
Esto significa en concreto: el niño goza de una esfera privada, pero los padres pueden lastimarla si los preocupa el bienestar del niño. ¿Pero qué pasa si los padres sobrepasan estas competencias? ¿Pueden demandarlos los hijos?
La abogada Hilbricht explica que en teoría sí. «Pero en la práctica no existen este tipo de procesos y apenas hay sentencias sobre el tema», afirma.
El primer smartphone suele generar discusiones
Es poco probable que los padres reciban una demanda enviada desde el cuarto de niños. Pero eso no significa que puedan andar revisando sus cosas alegremente. Sobre todo en el caso de los chicos más grandes, ya que, como en muchas otras cosas, el tema de la esfera privada tiene que ver con la edad.
La cosa empieza más bien cuando el niño alcanza la edad de la escuela primaria o poco después, cuando los chicos reciben su primer smartphone. «Eso hace que los chicos puedan estar online lejos del ojo de los padres», afirma Sophie Pohle de la institución benéfica DKHW.
¿Qué hacer entonces? ¿Dejar surfear a los niños tranquilos porque tiene que ver con su esfera privada? No, dice Ulric Ritzer-Sachs. «Por supuesto que los padres deben acompañar a sus hijos. Por lo general, a la edad que los chicos reciben su primer teléfono móvil están totalmente superados por la situación. En el caso de chicos de 10 a 11 años se les puede prohibir que borren el historial de nevagación y mirarlo juntos», dice.
Ritzer-Sachs también recomienda a los padres controlar cuáles son los videos favoritos de sus hijos en la red.
Los límites de la tecnología
En estos casos pueden ser de ayuda las apps para protección infantil. Pero sólo si el niño lo sabe y no es espiado a escondidas; una función que ofrecen la mayoría de las aplicaciones.
El principio básico de la esfera privada se puede trasladar también a otros ámbitos de la vida más analógicos, como el diario íntimo o la habitación, ya que el derecho a la esfera privada abarca el derecho a cuatro paredes propias, incluso a puerta cerrada.
Ritzer-Sachs considera que violar estos principios sólo es justificable en casos de emergencia. «Hay casos límite en los que los padres deben violentar la esfera privada del niño, pero incluso en esos casos, eso no debería suceder a espaldas del niño», afirma. Ya que según añade Sophie Phole, esto es una lesión grave de la relación de respeto y confianza entre padres e hijos.
La supervisión permanente impide el desarrollo
Ritzer-Sachs va incluso un paso más allá: «Si los chicos se sienten constantemente vigilados, en algún momento tienen la sensación de que los padres no confían en ellos», indica. Un argumento como «¡Sólo quiero protegerte!» no convence y termina sin tener llegada en los niños.
Por Tobias Hanraths (dpa)