(dpa) – Los dos ámbitos en los que trabaja Janika Kreutzer no pueden ser más diferentes. Cálido y frío, con y sin vida, alegre y triste: estos son los contrastes que hacen que su profesión sea tan interesante.
Esta joven alemana de 23 años es maquilladora. La mayor parte de su tiempo la dedica a preparar a los actores para su trabajo frente a las cámaras de cine y televisión, pero ocasionalmente también ejecuta maquillajes a difuntos en distintas funerarias.
Janika relata que el maquillaje de cadáveres fue uno de los últimos temas que se trataron en su formación: «Enseguida despertó mi interés», afirma, pero también recuerda que sus colegas reaccionaron con bastantes reservas.
Ella misma, añade, no sentía ningún tipo de inhibiciones y ya había lidiado con la muerte en su vida privada, por lo que solicitó prácticas en una funeraria y pudo así ganar experiencia.
Actualmente, sus servicios son requeridos una o dos veces al mes en funerarias de Düsseldorf y Berlín, cuando los familiares de los difuntos desean despedirse con el ataúd abierto.
Si la persona fallecida ha tenido una muerte pacífica, hay poco que hacer. En este caso, la maquilladora solo se encarga de que la piel tenga un color más natural y cubre las imperfecciones del rostro.
En las personas que han sido víctimas de un accidente o de un ataque al corazón, rellena las heridas y restablece el color de la piel donde el rostro está más descolorido. «Para los familiares serían a veces imágenes que no podrían quitarse más de la cabeza», asevera Janika Kreutzer.
El hecho de que los fallecidos sean expuestos en un ataúd abierto no es algo nuevo en Alemania. «Esto forma parte del campo de actividad clásico de las empresas de pompas fúnebres», afirma Christian Jäger, portavoz de la Asociación de Servicios Fúnebres del estado federado de Renania del Norte-Westfalia.
Jäger precisa que, especialmente ahora, cuando los familiares a menudo no pueden visitar a sus seres queridos en el hospital para despedirse antes de que mueran, la necesidad de verlos una vez más es aún mayor.
Actualmente, las ceremonias fúnebres requieren medidas de prevención especiales, sobre todo en el caso de fallecidos por covid-19. Aun así, los directores de las funerarias hacen todo lo posible para que los allegados puedan despedirse adecuadamente de sus seres queridos. «Muchos se han vuelto creativos y han trasladado los funerales al aire libre, por ejemplo», explica Jäger.
Por lo general es el personal de pompas fúnebres quien se encarga de maquillar al difunto. Janika Kreutzer, sin embargo, se beneficia de la experiencia adquirida como maquilladora. «Muchos suelen utilizar maquillaje graso, que en realidad está pensado para pieles cálidas. En la piel fría, deja una película grasosa y no queda tan bien», explica.
Janika señala que para su trabajo utiliza un aerógrafo, y que actualmente también imparte seminarios sobre esta técnica de pulverización a los empleados de las funerarias.
A pedido de los deudos, también toma huellas dactilares y de las manos, o bien realiza máscaras mortuorias de los fallecidos. «Entregarlas suele ser muy emotivo», señala la maquilladora, y añade que el hecho de haber sido ella la última persona que tuvo contacto físico con el fallecido «significa mucho para los seres queridos».
Según el catedrático alemán Arnold Langenmayr, estos objetos pueden ayudar a mantener el vínculo con el difunto. Langenmayr es psicólogo, psicoanalista y profesor de la Universidad de Duisburgo-Essen, y se dedica especialmente al tema del duelo. «Este tipo de objetos de apego o transicionales ya los conocemos de la infancia: aquel peluche con el que nos acurrucábamos cuando extrañábamos a mamá».
En el proceso de elaboración del duelo, los terapeutas a veces utilizan objetos que los dolientes asocian con la persona que echan de menos para hacer aflorar los sentimientos y poder hablar de ellos. Despedirse con el ataúd abierto también ayuda a algunas personas a repasar experiencias comunes y a recordar la imagen del ser querido.
En general, Langenmayr ve una evolución positiva en la cultura del duelo. «Antes, la gente intentaba ignorar la muerte; hoy, se enfrenta más a ella».
Los empresarios de pompas fúnebres confirman esta tendencia. Christian Jäger explica que la despedida es cada vez más individual, que cada vez más personas determinan antes de su muerte lo que quieren para su servicio fúnebre: por ejemplo, que los invitados lleven colores vivos en lugar de negro o que los hijos o nietos pinten el ataúd.
Parte del trabajo de las funerarias suele ser ofrecer a los familiares un hombro en el que llorar, algo que, según acota el portavoz de la asociación de funerarias, en este momento no se puede hacer.
Para Janika Kreutzer, el intercambio con los dolientes no siempre es fácil. «Algunas muertes me corroen», admite, y añade que lo bueno es que al día siguiente tiene la posibilidad de hacer algo diferente.
Por Carolin Scholz (dpa)