(dpa) – Era el coche equivocado en el momento equivocado: cuando Mercedes Benz presentó en la primavera europea de 1991 el nuevo Clase S de la generación W140, el brillo y la gloria parecían de alguna forma de antaño.
En ese momento, los alemanes lentamente comenzaban a darse cuenta de que la reciente reunificación del país podía costarles caro, las preocupaciones por el cambio climático eran cada vez más concretas y con la segunda Guerra del Golfo crecía el temor por la extinción del petróleo. Una limusina de lujo para celebridades y políticos no parecía encajar en la escena.
Mientras en el extranjero se aplaudía mucho al nuevo Mercedes, en Alemania, su país natal, arreciaba la crítica. Cuando se descubrió que la berlina de 5,21 metros de largo y 1,89 metros de ancho era demasiado grande para el vagón de coches del tren que cruzaba a la exclusiva isla de Sylt, en el mar del Norte, el nuevo modelo quedó en ridículo.
Es cierto que las cualidades técnicas para lo que fue «el mayor proyecto de coches jamás emprendido por Mercedes-Benz» eran incuestionables, según lo definió Wolfgang Peter, entonces jefe de ingenieros de la marca.
La revista «Auto, Motor und Sport» lo describió entonces como «el mejor coche del mundo». Pero el periódico «TAZ» consideró a la berlina como un «engendro de la ingeniería y el instinto asesino del clima». El semanario «Der Spiegel» centró su presentación en el aumento del peso del vehículo y con sus 2,2 toneladas lo consideró «superpesado».
Con el W140, muchos alemanes recuerdan al canciller Helmut Kohl (1982-1998), no solo porque se trasladaba con su chofer en el buque insignia de Mercedes, sino también porque el Clase S, al igual que el mandatario, a menudo era vilipendiado por ser sobrio, tranquilo, anticuado y por ser «bastante gordo».
Pero como el canciller de la reunificación alemana, que lideró el país durante 16 años, el W140 era de largo aliento. Se fabricó solo hasta 1998, el mismo año en que Kohl dejó el cargo. Pero en el este de Alemania muchas de las cerca de 400.000 unidades que aún existen son utilizadas como limusinas de lujo.
Más allá de lo duras que hayan sido las críticas al Clase S, el descontento desaparecía ni bien el conductor se sentaba al volante.
En aquel entonces, los espejos exteriores plegables y las varillas de medición, que se extendían neumáticamente desde los guardabarros traseros a los dos segundos de engranar la marcha atrás, ayudaban a contrarrestar el exceso de anchura. Y hoy en día el W140 parece casi delicado comparado con muchos de los SUV actuales.
Tan pronto como las pesadas puertas se cierran automáticamente, en el interior se tiene la sensación de estar en un mundo propio, una impresión que también es apoyada por el diseño. Mientras que Mercedes hoy en día se basa en líneas fluidas, el Clase S de los 90 se parece a una cápsula a la que se han agregado un morro y un maletero.
En esta cápsula, el entorno desaparece detrás de una gruesa capa de lujo. Por primera vez, el Clase S ofrecía cristales dobles que garantizaban una enorme paz y tranquilidad al viajar.
El cierre centralizado y los elevacristales eléctricos fueron parte del equipamiento estándar también como primicia.
¿Y por qué ocuparse de hacerlo por sí mismo cuando las cortinas y una persiana delante de la ventana trasera proporcionan privacidad con solo pulsar un botón, y los asientos individuales ajustables y calefaccionados de la segunda fila maximizan el confort?
No es de extrañar entonces que se instalaran hasta 60 motores eléctricos en el Mercedes.
Al principio, según el portavoz de Mercedes Classic, Ralph Wagenknecht, se presentó el modelo W140 con opción entre cuatro motores que iban desde 210 kW/286 CV hasta un doce cilindros con seis litros de cilindrada y 300 kW/408 CV.
A partir de 1992, se añadió un turbodiésel de solo 110 kW/150 CV, y también le siguió un motor de gasolina de 2,8 litros y seis cilindros con 142 kW/193 CV.
Frank Wilke, de la consultora de mercado Classic Analytics, señala que 30 años después de su lanzamiento, el gigante de Daimler no se ha puesto de moda entre los coleccionistas.
En primer lugar, observa Wilke, porque las berlinas no son ni de lejos tan sexys como los coupés o los cabriolets. En segundo lugar, porque el W140 ya disponía de tanta electrónica moderna para aquel entonces que asusta a los aficionados al bricolaje para conservar autos de otras épocas.
Por Thomas Geiger (dpa)