Berlín, 3 abr (dpa) – El fallido golpe de Estado del 9 de noviembre de 1923, conocido como el «Putsch de Múnich», es analizado por dos libros recientemente publicados en Alemania que consideran que formó parte de una conspiración más amplia para derribar la democracia.
El primer intento de Adolf Hitler de derrocar la democracia parlamentaria en Alemania se produjo hace un siglo.
Sin embargo, la toma de la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich y la posterior marcha hacia el templo Feldherrnhalle, construido en honor el Ejército bávaro, fracasaron de manera tan estrepitosa que estos hechos eran vistos hasta ahora más bien como una farsa en Alemania.
El ‘putsch’ de los nacionalsocialistas del 9 de noviembre de 1923 finalizó con 18 muertos, la detención de Hitler y la prohibición de su partido. La democracia parlamentaria había vencido, al menos en principio.
Durante su detención, Hitler escribió «Mi lucha» a la espera de tiempos mejores y comenzó a pensar en vencer a través de las instituciones.
En la memoria colectiva, el golpe de Hitler del 9 de noviembre fue desplazado por otros acontecimientos, como la caída del Muro de Berlín en 1989, la noche del pogromo de 1938 o el llamamiento de la república en 1918 tras la derrota en la Primera Guerra Mundial.
En las investigaciones sobre Hitler y el nacionalsocialismo, el acontecimiento tiene también un rol acotado. Si bien hay una gran cantidad de biografías sobre Hitler, desde hace medio siglo no se escribía una obra de peso sobre su primer intento de tomar el poder.
En el centenario de este hecho, fueron publicados ahora en Alemania dos libros sobre el tema: «Der Hitlerputsch 1923. Geschichte eines Hochverrats» (El putsch de Hitler de 1923. Historia de una alta traición), de Wolfgang Niess, y «Der Putsch. Hitlers erster Griff nach der Macht» (El putsch. El primer intento de Hitler de tomar el poder), de Sven Felix Kellerhoff.
Los dos brindan un buen panorama, apoyado en fuentes nuevas, y enmarcan este acontecimiento en su contexto histórico de modo de que sea accesible también para personas que no son especialistas en el tema.
Si bien los autores ponen distintos acentos en la historia, los dos ven el ‘putsch’ como parte de un intento de golpe más amplio. Para ellos, los verdaderos instigadores formaban parte de la dirigencia política y militar de Baviera.
En su opinión, eran conservadores nacionalistas y reaccionarios como el presidente de la región de Alta Baviera, Gustav von Kahr, el presidente de la Policía de Múnich, Ernst Pöhner, o el jefe de la policía regional paramilitar de Baviera, Hans von Seisser.
Todos ellos querían eliminar la democracia, que odiaban, en favor de una dictadura nacional. Sin embargo, pensaban más en un «directorio» autoritario que en una dictadura liderada por un «Führer» y apoyada por las masas.
El modelo de Hitler era, en cambio, el del dirigente fachista italiano Benito Mussolini y su famosa «Marcha sobre Roma». Esto es señalado sobre todo por Kellermann: «El lema de ‘Marcha sobre Berlín’ había cobrado fuerza en su mente».
Para Niess, Hitler fue «tan solo una figura marginal en estos acontecimientos». «Nunca se le informó detalladamente de las complejas conexiones de la red entre los conspiradores de Múnich y Berlín. Mal informado y movido por su ambición personal, desencadenó prematuramente un ‘putsch’ el 8 de noviembre y puso así a los altos traidores de la élite del poder muniqués en una situación decididamente precaria», escribe.
Añade que, para protegerse, estos no tuvieron más remedio que volverse contra Hitler y poner fin así a su propio intento de golpe.
Más consecuecias que el golpe de Estado tuvo su tratamiento legal. Los jueces que tuvieron que juzgar a Hitler por alta traición se mostraron escandalosamente comprensivos con él y lo condenaron a una pena de prisión leve, seguida de su puesta en libertad anticipada.
Tras el levantamiento de las prohibiciones que pesaban sobre su partido y su expresión, Hitler pudo continuar con su agitación antidemocrática y antisemita sin control alguno.
Cuando llegó al poder en 1933, el golpe de 1923 fue glorificado por los nacionalsocialistas como un «acto de sacrificio» y los «caídos del 9 de noviembre» eran conmemorados cada año con una pomposa ceremonia. En contraste con esta glorificación como héroe, los demócratas trivializaron a menudo el golpe como una farsa patética, un intento de lo más fallido.
Los autores de estos dos libros de no ficción, no obstante, se lo toman en serio como un peligroso intento de los enemigos acérrimos de la democracia de deshacerse de ella mediante un golpe de Estado.
También lo ven como un ejemplo que debería servir de advertencia en el presente. «El Estado de derecho democrático», dice Niess, «debe verse a sí mismo -muy por debajo del umbral de la prohibición de partidos- como una democracia capaz de defenderse a sí misma».
Por Sibylle Peine (dpa)