(dpa) – El turismo en Cuba está despertando lentamente, La Habana necesita más tiempo que Varadero, donde ya es tiempo de fiesta otra vez. Los cubanos disfrutan el «all inclusive» (todo incluido) a bajos precios, llenan camas vacías, festejan, holgazanean y comen opíparamente juntos con canadienses, rusos, británicos y unos todavía pocos alemanes.
Dos parejas de vacacionistas se colocan, antes de abordar un catamarán de vela, chalecos salvavidas de color naranja con la inscripción «Marinas – Gaviota Cuba» que Donald Trump jamás se pondría.
La mayoría de estos barcos no se encuentran en viajes por el mar, sino descansan en la arena fina de la aparentemente interminable playa de Varadero. La cantidad de turistas a principios de diciembre todavía sigue siendo modesta.
Gaviota pertenece, como gran empresa estatal de turismo, a las fuerzas armadas cubanas. Su nombre también aparece en sobrecitos de azúcar, autobuses, camisetas y carteles publicitarios. Durante su presidencia, Trump impuso contra esta empresa duras restricciones que aún no se han levantado. No obstante, coopera en toda la isla con inversores y socios de gestión, principalmente de España, Italia y Canadá.
James Pollard disfruta de su piña colada junto a la piscina del complejo «all inclusive» Roc Arenas Doradas, de tres estrellas. «Las vacaciones son maravillosas», dice el huésped proveniente de Toronto. «La gente es amable, los precios son aceptables. Aquí el sol calienta incluso en el invierno. Algo de ajetreo en el bufé y el bullicio de los niños no me molestan».
Un hombre del servicio de seguridad con una camisa de uniforme gris, en cuya placa de identificación se lee el nombre «Miguel», mira desde el borde verde del jardín del Hotel Grand Memories hacia la playa, las olas y los botes. Tres pelícanos vuelan al ras del agua, buscando presas frescas. Miguel conversa con un huésped y le explica: «Aquí todos pueden bañarse y pasear. Nuestra playa es pública para todos, ya sean extranjeros o cubanos».
Pero quien quiera entrar a bares, piscinas y restaurantes en un complejo hotelero «all inclusive» y no lleve una cinta plástica del color adecuado como «ticket de entrada» en el puño es rápidamente abordado de forma muy amable.
Hasta ahora, no muchos de los 55 hoteles de playa están abiertos. «Pero cada día la situación mejora un poco. Todos estamos trabajando duro en ello», dice Miriely Miranda, de la gerencia de la cadena española Roc Hotels. Ella es oriunda de Matanzas, no lejos de Varadero.
La playa de Varadero, de 20 kilómetros de largo en la alargada península de Hicacos, 130 kilómetros al noreste de La Habana, es blanca y de arena fina, con muy pocas secciones de roca y casi sin palmeras. Las hay en masa en los cercanos, adyacentes jardines de los hoteles, donde también florecen en púrpura, rojo y blanco las buganvillas y llaman la atención los cactus, agaves y aloes.
Varadero tiene una historia apasionante. Las playas, y antaño también los bosques, atraen a todo el mundo. Los taínos, como la mayoría de los indígenas americanos, sufrieron bajo el dominio de los conquistadores que vinieron desde Europa. Siguieron después piratas, leñadores, trabajadores de astilleros (Varadero significa dique de reparaciones), ricos propietarios de residencias de lujo y haciendas, partidarios de la dictadura de Batista y revolucionarios que abrieron las playas al turismo internacional de masas.
Según los cronistas, los primeros pequeños hoteles existían ya hace unos 100 años. Fidel Castro inauguró en el año 2001 uno de los grandes complejos de lujo. Las enormes obras de construcción han cobrado su tributo, critican algunos ambientalistas, y también que la cultura de los habitantes ha sufrido.
Dos jóvenes de Francia con pequeñas mochilas de las que sobresalen botellas de agua caminan de prisa entre la espuma de las olas, niños chapoteando y turistas tirados al sol. «Somos deportistas y tenemos que mantenernos en forma», explica el dúo. Están hospedados en el elegante Royalton Hicacos Resort, ya pasaron caminando por delante del Iberostar Tainos y el Starfish Hotel. Ahora aún les quedan tres kilómetros hasta el destino, el centro de la pequeña ciudad de Varadero.
Durante los fines de semana y en las vacaciones, el ambiente es animado y típicamente cubano en las playas de la localidad. Familias numerosas se acomodan sobre mantas para la playa y sacan de cestas y bolsas pan, arroz, carne asada a la parrilla, refrescos, ron y cerveza.
Algunos turistas se mezclan con los hospitalarios cubanos. Los vacacionistas viajan de regreso en el autobús de dos pisos tipo hopp on hopp off. El boleto que tiene validez para todo un día cuesta cinco dólares.
En el pasado, cuando las reservas en Varadero eran óptimas, los turistas del mundo entero solo veían a cubanos trabajando como personal de servicio, camareras, auxiliares de limpieza, jardineros, animadores.
Pero en este invierno boreal, los habitantes de la isla están viajando en masa a hoteles de tres y cuatro estrellas que los atraen con precios especiales a causa de la crisis derivada de la pandemia de coronavirus. Esto significa para todos los huéspedes que a veces hay que esperar pacientemente junto a los nietos y la abuela en la entrada del restaurante y en el bufé.
Muchos extranjeros se alegran de la nueva mezcla de turistas, pero muchos no aprecian las tácticas, ciertamente imaginativas, de muchos cubanos para hacerse lugar. Algunos rusos, canadienses, franceses y alemanes se toman su tiempo para observar y aprenden rápidamente, por ejemplo, que la salida y la puerta para los empleados pueden convertirse en la entrada, con o sin propina.
Aquellos a quienes el «cubaneo» puro no les guste tanto, gastarán un poco más para estar en la categoría de cinco estrellas, donde todo suele ser más tranquilo y por supuesto más elegante. La tasa de ocupación en algunos hoteles de clase alta en algunos días de diciembre fue solo del 20 al 25 por ciento. Maravilloso para quienes gusten de la tranquilidad.
En la clase Royal del Paradisus Varadero, del Grupo Meliá, hay mayordomos que ofrecen sus servicios sin coste adicional. También se sirve ron añejo de 15 años y langostas, pero no siempre hay todo. En todas partes de Cuba, el huésped tiene que reducir un poco las expectativas, pero no lo ve como una tragedia. Porque en tiempos de pandemia también hay problemas en otros países y otras regiones vacacionales.
En Varadero, actualmente pueden funcionar restaurantes a la carta, bares y refrigerios durante las 24 horas, puede haber espectáculos, gimnasia, juegos en la piscina y entretenimiento para niños, esto vale para todas las categorías de alojamiento. Las discotecas y eventos con contacto más cercano abrirán en un futuro, dependiendo de la situación de la pandemia.
Y en algunas playas nuevamente hay fiestas con pinchadiscos, reguetón, salsa, merengue y pop. Sopla una brisa fresca. Las parejas y las familias se acercan más, otros guardan la distancia. Muchos bailan en la arena bajo la luna y las estrellas.
¿Y qué medidas rigen por la pandemia de coronavirus? El uso obligatorio de la mascarilla es, a principios de diciembre, más estricto en Cuba que en Alemania y otros países. En Varadero, la mascarilla debe usarse siempre en lugares cerrados , excepto al comer y beber, y debe usarse siempre afuera, excepto en la piscina y en el mar.
Durante el check-in en los hoteles, los huéspedes miran con interés la pantalla: en el video se ve cómo personas ocupadas y siempre sonrientes limpian mesas y manijas con todo cuidado, cepillan y rocían también los neumáticos de los automóviles para desinfectarlos. Y una persona mide en la entrada la temperatura corporal de los huéspedes nuevos.
En la práctica, cada vez se mide menos. Quizás esto sea señal de que después del terrible verano en Cuba, a causa del coronavirus, y tras las significativas mejorías en otoño, realmente esté disminuyendo aún más el número de nuevas infecciones. Algunos alemanes dicen que actualmente se sienten más seguros en Cuba que en Sajonia, Turingia o Baviera.
Carlos García y su amiga María, de un pueblo cercano, están felices. Brindan en el bar de la playa con caipiriña y cerveza helada de barril, Cristal, de producción nacional, la cual muchos conocedores de cerveza buscan actualmente muchas veces en vano fuera de Varadero.
La producción en Cuba se atasca en tiempos de pandemia aún más que antes, confirman nativos y extranjeros. Carlos, de 32 años, dice: «Al fin podemos hacer realidad un sueño: irnos de vacaciones como extranjeros ricos, aunque solo sea por este fin de semana».
Él paga 2.300 pesos cubanos (CUP) por día por una persona en ese hotel de cuatro estrellas. Cualquiera que tenga moneda extranjera y por ejemplo cambie un dólar con comerciantes o amigos, recibe casi 80 CUP, con el banco estatal solo unos 24. En el mejor de los casos, Carlos tendría que pagar unos 30 dólares por persona.
Cambio de escenario: incluso quienes viajan para hacer vacaciones de la playa quieren ver la capital, al menos por un ratito. Y muchos huéspedes, especialmente también los alemanes, prefieren un viaje combinado de varios puntos significativos de la isla más grande del Caribe, que incluya unos días en La Habana en un hotel o en un alojamiento privado, llamado «casa particular», que cuesta a partir de 25 dólares para dos personas.
Esto lo confirma también Bernd Herrmann, gerente general de la empresa de viajes Senses of Cuba en La Habana. El alemán, que vive aquí desde hace mucho tiempo, dice: «El negocio ahora también se está moviendo aquí. En pleno apogeo estará el turismo en Cuba probablemente para fines del año 2022, si la pandemia no frustra las esperanzas».
En el Malecón, la amplia avenida a orillas del océano, la espuma de las olas salta hoy por sobre el muro. Los cubanos están felices de que después de un largo encierro se les permita de nuevo pasear, pero también aquí solamente con la mascarilla puesta.
El Hotel Deauville todavía está cerrado. Antes de la pandemia de coronavirus, había fiesta todas las noches en el muro del Malecón al otro lado de la calle, también con muchos extranjeros, músicos callejeros y vendedores de ron.
A unos 15 minutos a pie, en el Parque Central, hoy se puede escuchar música, por supuesto también Guantanamera y Comandante Che Guevara. El grupo musical del antiguo Hotel Inglaterra toca en la terraza, mientras lugareños y turistas beben café y daiquiri a sorbos.
En las cercanías esperan muchos Cadillacs, Chevrolets, Fords y Buicks reacondicionados, que tienen más de 60 años, a que lleguen los clientes. Quien negocia puede conseguir en la mañana el viaje de una hora por unos 22 dólares.
El rojo autobús turístico de dos pisos acaba de comenzar su recorrido por La Habana con solo cinco vacacionistas. En el pasado, la mayoría de las veces, la cubierta superior solía estar casi llena.
En el casco histórico, unos primeros turistas se alegran nuevamente de ver los edificios históricos restaurados, de visitar la catedral y de beber algo en los bares Floridita y Bodeguita del Medio, donde hace mucho tiempo atrás el escritor estadounidense Ernest Hemingway era un cliente habitual.
Al parecer, algunos extranjeros en La Habana no se toman muy en serio el uso obligatorio de la mascarilla. En la calle Obispo, una señora elegantemente vestida sacude la cabeza y dice: «La policía muchas veces hace la vista gorda ante los extranjeros. Los cubanos tienen que pagar una multa».
La conclusión para muchos turistas que visitan el país desde que el gobierno cubano flexibilizó a mediados de noviembre de 2021 los requisitos de entrada, y que se sienten un poco como pioneros con espíritu aventurero, es: Cuba sí. Quienes son tolerantes, aceptan la improvisación y a quienes les gusta tener más contacto con los lugareños, deberían venir pronto, antes de que todo esté lleno de nuevo y vuelva a ser más caro.
Por Bernd Kubisch (dpa)