(dpa) – Chirridos de frenos, bocinazos, botellas de plástico que hacen ruido al caer sobre el asfalto: un camión pasa, a 60 kilómetros por hora, el máximo permitido en las calles de Sudáfrica, al lado del carro de Thato Zwanis. Lo roza. Se salvó por poco. «Esto me pasa todo el tiempo», suspira Thato, de 31 años. Pero agrega que en nueve años nunca le ocurrió algo realmente serio.
Thato es uno de los «corsarios» de la sociedad del consuma y descarte, aquellos que juntan basura por sus propios medios, la clasifican y luego la venden para su reciclado. «Reclaimer» se llaman, «recuperadores». Se mueven sobre tablas de madera con ruedas. No tienen frenos y, sin embargo, algunos superan sin dificultades el límite máximo de velocidad.
Estos recolectores particulares de basura, o cazadores de basura, ayudan en Sudáfrica con sus carros a reciclar alrededor del 60 por ciento de los residuos reutilizables. Solo en la populosa Johannesburgo hay alrededor de 6.000 de ellos, señala la African Reclaimers Organisation (ARO).
Esta entidad intenta darle voz a los recicladores particulares y mejorar su entorno de trabajo. Porque está lleno de riesgos. El sistema de recolección y reciclado de residuos de Sudáfrica está estructurado de forma pragmática. Tiene más que ver con la lucha por la supervivencia que con la conciencia ecológica.
Por un par de euros, diariamente arriesgan su vida. Lucky Fortuin lo experimentó en carne propia. «Un autobús que no me pudo esquivar chocó mi carro por atrás», dice este joven de 29 años con la gorra de «Star Wars» sobre sus rastas. «Tuve suerte porque fui despedido hacia un lado», recuerda. En realidad quería hacer el bachillerato en Johannesburgo, pero el dinero no era suficiente para ello. Entonces se convirtió en recolector y hoy vive en el barrio de Coronation.
Como muchos de sus colegas, ocupa el lugar en la calle de forma ilegal y tira de su carro en un carril que en realidad es exclusivo para coches, rumbo a la planta de reciclaje.
Cuando el camino es cuesta abajo, muchos de sus colegas se suben al carro y dejan que este baje a toda velocidad la pendiente. Los automovilistas que circulan junto a estos temerarios cazadores de basura pueden ver en su velocímetro que superan los 70 kilómetros por hora. En algunos videos quedaron documentadas incluso velocidades más elevadas aún.
Frenan con los zapatos. Las suelas de muchos recolectores ya están totalmente gastadas de un lado a causa de estas maniobras. Casi todos llevan también en verano al menos un guante, el freno de mano para casos de emergencia, por así decirlo. «Además padecemos a causa de nuestra mala imagen», se lamenta un compañero de Thato, que se presenta como Mashi. Las autoridades toleran a los recolectores, que se mueven en una zona gris desde el punto de vista legal.
Los cazadores de basura crearon sus propios puestos de trabajo, al igual que los muchos autoproclamados «guardacoches» que hay en las ciudades sudafricanas, que organizaciones como ARO ahora intentan legalizar. «No somos canallas, sino emprendedores ecológicos», dice Thato Zwani con seguridad en la voz. «Algunos de nosotros incluso empleamos a otros dos o tres en determinados días cuando hay mucho para trasladar».
Al contrario del servicio oficial de recolección de basura, que se limita a vaciar los contenedores, los «reclaimer» recogen residuos plásticos tirados al borde de las calles. También las irónicamente llamadas «flores de Soweto», las bolsas de plástico que son llevadas por el viento sobre cercos y arbustos en ese famoso suburbio de Johannesburgo.
Thato lleva hoy dos sacos enormes con cartón y plástico. «Por esto me darán entre 80 y 90 rands», dice el cazador de basura en el barrio de Randburg. Son unos cinco euros (seis dólares), por el trabajo de todo un día. Estima que la carga que lleva pesa hasta 150 kilos algunos días, el peso de un elefante bebé.
Por Ralf E. Krüger (dpa)