Berlín, 24 dic (dpa) – El accidente ocurrió el 10 de enero de 1992, en el Pacífico Norte. Un buque de carga, que iba de Hong Kong a Estados Unidos, se vio rodeado por una fuerte tormenta. El viento y el oleaje hicieron que varios contenedores cayeran al agua. Al menos uno de ellos se abrió y su carga se disperó. Llevaba unos 29.000 juguetes de plástico para bañeras con forma de patos, castores, tortugas o sapos.
Impulsados por los vientos y las corrientes, los animalitos fueron llevados a diferentes costas, recogidos por personas que paseaban por la playa y así finalmente convertidos en objetos de investigación científica.
A partir de los lugares donde se los halló se pudieron reconstruir sus itinerarios y tiempos de viaje y obtenerse valiosos conocimientos sobre el comportamiento de las corrientes marinas.
El oceanógrafo estadounidense Curtis Ebbesmeyer fue quien recopiló la mayoría de la información.
Unos años antes, un accidente similar había servido para recolectar datos científicos. En ese caso, más de 60.000 calzados deportivos de la marca Nike cayeron al mar y en los meses siguientes fueron llevados a la costa oeste de Estados Unidos y Canadá.
Ebbesmeyer creó una red de recolectores de playa, que le informaban de los hallazgos. Tras el accidente de los juguetes, nuevamente recibió informes sobre hallazgos con forma de animales. Su origen se pudo comprobar gracias a sello del fabricante.
«El accidente con los juguetes de bañera aportó un verdadero tesoro de datos», comenta Johanna Baehr, oceanógrafa de la Universidad de Hamburgo, en el norte de Alemania. «Hubo miles de puntos con datos de una vez. Nunca hubiéramos podido desplegar tantos instrumentos de medición en una sola operación».
Básicamente la idea de investigar las corrientes marinas con ayuda de aparatos flotantes no es nueva. «La utilización de estos llamados ‘drifter’ es uno de los métodos más antiguos de investigación del mar», relata el oceanógrafo Jörg-Olaf Wolff, de la Universidad de Oldemburgo.
Wolff explica que, ya en 1864, el investigador Georg von Neumayer del entonces observatorio marítimo alemán en Hamburgo ubicado delante del Cabo de Hornos lanzó un mensaje en una botella por la borda de un barco.
En la nota pedía a quien la encontrara de informar sobre el lugar y la fecha del hallazgo. La botella fue hallada en Australia. «Eso fue hace más de 150 años y contribuyó a entender mejor grandes corrientes marinas», añade Wolff.
Hoy los investigadores utilizan instrumentos de medición mucho más precisos, equipados con GPS y que pueden capturar datos sobre temperatura, contenido de sal del agua o presión atmosférica y que transmiten a través de satélites.
«También hay dispositivos que se mueven libremente, que se hunden reiteradas veces a una profundidad de uno o dos kilómetros y recogen datos», señala Wolff, aclarando que, en comparación, los animales de bañera aportan solo datos muy poco precisos.
«Pero es mejor que nada. Sobre todo porque los datos se generan de forma gratuita», apunta.
¿Qué trayecto recorrieron los juguetes? El análisis de los datos demostró que en principio giraron en la corriente circular del Pacífico Norte en contra del sentido de las agujas del reloj, desde Sitka, en la costa de Alaska, a lo largo de las islas Aleutianas, delate de la península de Kamchatka y finalmente por el Pacífico de regreso a lo largo de la costa oeste de Estados Unidos hasta Alaska.
En 1994, 1998, 2001 y 2003 a Ebbesmeyer le llegaron informes de hallazgos desde Sitka, lo que indica que los animalitos dieron algunas vueltas en círculo. Otros se salieron del remolino y llegaron hasta Hawaii o Australia.
«Entre los conocimientos más interesantes figura quizá que los animales fueron llevados del Pacífico al Atlántico Norte», dice la investigadora Baehr. «Algunos modelos lo predecían, pero los animales desmostraron que esto realmente puede ocurrir».
De hecho, se encontraron ejemplares a principios de los 2000 en la costa oeste de Estados Unidos así como en Escocia e Inglaterra. Fueron llevados por el Estrecho de Bering hacia el norte, al Océano Glacial Ártico, hasta Groenlandia y el Atlántico Norte, ya sea congelados en el hielo compacto o montados sobre témpanos. «Esa ruta fue una constatación interesante de que ahí hay una corriente superficial que recorre ese trayecto», observa Wolff.
El experto investigó cómo se distribuye la basura en el mar del Norte, proyecto para el cual se lanzaron al agua 65.000 dispositivos flotantes de madera, señalizados con un número y con el pedido de informar sobre lugar y fecha de su hallazgo.
Uno de los resultados más sorprendentes del proyecto: las corrientes en el mar del Norte pueden invertirse en determinadas condiciones. «De repente recibíamos llamados desde Inglaterra. Con eso estaba claro que los dispositivos no habían sido desplazados, como siempre, contra el sentido de las agujas del reloj, sino a su favor», relata Wolff. «Eso antes no se sabía».
Investigaciones como esta pueden ayudar a entender mejor cómo se distribuye la basura plástica y a desarrollar ideas para evitarla.
Por Anja Garms (dpa)