(dpa) – Cuando la pandemia de coronavirus lo permita, bien vale la pena pensar en viajar a Mozambique, en el sudeste africano.
Una amplia calle asfaltada y un puente gigante por sobre la bahía de Maputo trajeron la esperanza a los protectores de la naturaleza. Esa arteria, que comunica la capital de Mozambique con la frontera con Sudáfrica, en Kosi Bai, se terminó en 2018.
La nueva infraestructura también entraña peligros, como queda claro en los carteles con advertencias: En un triángulo rojo, un elefante vuelca un coche. Pero, por otro lado, esta nueva carretera impulsa el turismo en la naturaleza.
Así lo confirma Miguel Goncalves. Como jefe de guardaparques, es responsable tanto de la Reserva Especial de Maputo como de la que está a continuación directamente delante de la costa, la Reserva Marinha Parcial da Ponta do Ouro.
Mientras la entrada principal a esta doble reserva es cómodamente alcanzable en coche, en el interior del parque aun reina la vida salvaje.
Animales salvajes donados a Mozambique
Hasta 1992, la guerra civil destrozó el país. Bandas armadas cazaban hasta que apenas quedaron algunos antílopes recelosos, algunos elefantes, hipopótamos y cocodrilos desperdigados. Hace diez años, la administración del parque comenzó a recuperar las poblaciones. Hasta ahora, fueron liberados en el parque unos 5.000 animales.
«La mayoría fueron donados por otras reservas. Pero de todas maneras fue una inversión enorme. Es muy caro atrapar y transportar a los animales», explica Goncalves.
El Estado mozambiqueño, crónicamente endeudado, no tenía ni tuvo medios para eso. La recuperación fue financiada en esencia por la Peace Parks Foundation, una fundación privada que lucha por la creación de zonas protegidas en el sur de África.
La Reserva Especial de Maputo y la zona marina protegida son parte del Lubombo Transfrontier Conservation Area, que se extiende hasta Sudáfrica y el reino de Esuatini.
En busca de los elefantes
Hubo una financiación inicial, para revivir el turismo. Donde en su momento se atrincheraban las milicias, los viajeros hoy pueden salir de safari.
El parque ofrece para ello excursiones en vehículos todoterreno. Por el camino se ven cebras, ñúes y antílopes en el amplio pastizal. Jirafas comen de las hojas de los pocos árboles. Los elefantes recorren los bosques costeros.
El punto culminante de la reserva, sin embargo, espera en las interminables playas de arena. El Océano Índico, cálido todo el año, invita aquí no solo a bañarse y a hacer esnorkeling por encima de los coloridos arrecifes, sino que alberga también grandes cantidades de tortugas marinas.
Hacer esnorkeling en playas paradisíacas
En la temporada de cría, de octubre a marzo, la administración del parque envía a decenas de observadores a las playas, en las que las tortugas entierran sus nidadas en la arena.
El programa muestra resultados claros. «Detuvimos la caza furtiva», dice Goncalves orgulloso. «La población de las pequeñas tortugas carey crece. Y en el caso de las gigantes tortugas laúd es estable».
La magnífica recuperación de la naturaleza se ve en una breve excursión de esnorkeling directamente delante de la playa. Ya en las aguas poco profundas un enjambre de carangidae acecha a las tortuguitas nuevas. Sobre los arrecifes caminan numerosas tortugas carey ya crecidas.
El turismo trae ingresos
Para las comunidades vecinas, que perjudicaron durante mucho tiempo la vida animal por sobrepesca y caza furtiva, la naturaleza fortalecida ahora se convierte en capital gracias al turismo.
Jonito Timbane lo sabe por experiencia propia. Hace unos años, ayudaba a su padre a vender pescado y verdura en la capital, Maputo. Por barco trasladaba su mercadería por la bahía.
Hoy en día el joven de 28 años dirige la «Anvil Bay Lodge», el primer alojamiento de lujo en el parque. Las casitas de madera hechas con materias primas locales están a pocos pasos de la playa en el bosque costero. El complejo da trabajo a 39 personas. El 80 por ciento de ellos proviene de las comunidades circundantes.
Los animales salvajes son una oportunidad y un riesgo
Pasarse al turismo no es fácil para todas las personas en la región. Por un lado, los alojamientos abrieron nuevos mercados a los campesinos. Por el otro, los animales salvajes suponen una amenaza también para sus cosechas.
Los habitantes de Tsolombane, la comunidad en la que creció Timbane, están siendo trasladados, porque su pueblo queda en el interior del parque. Para mudarse reciben 5.000 dólares y materiales de construcción.
Este cambio profundo es difícil y su éxito depende de qué tan rápido se recupere el turismo después de la pandemia de coronavirus. Si funciona, ganan todos: naturaleza y personas.
Por Christian Selz (dpa)